jueves, 15 de enero de 2009

¿Por qué nos gustan los vampiros?

Si tan famosos son, si hay tantos mangas, tantos animes, películas, publicidad... de vampiros... algo habrá que nos guste de ellos, ¿no?

Pero cómo no van a gustarnos a unos jóvenes adolescentes los vampiros, esos seres que, por mucho que pase el tiempo y las horas del reloj, permanecen jóvenes, guapos como aquel día en el que mordieron su cuello. Con unos enormes colmillos afilados, en las noches sin luna llenos de sangre, que todos de pequeños, hemos deseado alguna vez tener. Los colmillos que clavan en los largos cuellos de cisne, tras mirarlos con una mirada penetrante, proveniente de unos ojos vacíos, que daría miedo el mero hecho de cruzar la mirada con ellos. Y después, salir volando, extendiendo los brazos, y… ¿Por qué no hacerlo también con la forma de los animalillos nocturnos que revolotean entre los árboles? Esos seres que tienen lo que tantos seres humanos anhelan, la oportunidad de vivir para siempre, conservando el cuerpo… y el alma… ¿Quién sabe si tienen alma?

Nos gusta su aparente frialdad de vampiro, acompañada del vuelo de su larga capa negra, que ondea entre las sombras, esa preciosa ropa del siglo XVII, llena de detalles, colores oscuros, dibujos simbólicos, que no representan lo que parecen.
Aunque tanta cosa buena oculta tras ella una oscura maldición, pero no por ello nos desagrada. Éste es ese punto negro que equilibra la balanza del yin. Lo que a cada instante les atormenta es la condena a alimentarse de sangre, una eterna condena a matar para sobrevivir, por lo que tienen una enorme debilidad por los mortales.

Y si a todo ello se le suman sus nombres, como Louis, Nicolas, Armand, o por qué no, Lestat...

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