jueves, 15 de enero de 2009

Los vampiros, una fuente de inspiración.


INTRIGA

Le miré de reojo. Desde el otro lado de la habitación tenía los ojos posados en cada uno de mis movimientos. Esos ojos de hielo, miraban intrigados la dirección de los míos, pude sentirlo. Se me helaba la sangre cada vez que me miraba. Giré la cabeza, y ahí estaba. Posado elegantemente sobre la silla acolchada de aquel vestíbulo. Su piel parecía más pálida que nunca, y el azul de sus ojos se volvía más intenso por momentos; parecía que se le iban a salir de las órbitas, pues la intriga les hacía abalanzarse hasta el borde de las pestañas. Tanta curiosidad me hizo ocultarme tras la chica rubia que se sentaba a mi lado, escondiendo la cabeza entre las densas páginas del libro que simulaba atraer toda mi atención. ¿A qué venía tanta curiosidad sobre mi persona? Apenas me había visto un par de veces, y juro que no puso la misma atención en mí que yo sobre él. Le volví a mirar de reojo, seguía mirándome, con la elegancia que le caracterizaba, esa elegancia tan poco común en los adolescentes, la que relacionamos a los adinerados del siglo XVIII. La intriga recorrió mi cuerpo, como el más largo de los escalofríos. ¿A qué venía ahora tanta curiosidad?


DEPENDENCIA

¿Quién no se ha quedado nunca embobado leyendo historias de esos seres que nunca mueren? Los eternos enemigos de los ajos y los crucifijos, los que visten con elegantes atuendos de época, y andan con la elegancia de un conde. Los que duermen en ataúdes, y tienen una gran debilidad por los humanos, esas criaturas tan vulnerables, y, ¿por qué no? Mortales. Puede que muchos de estos datos hayan sido introducidos por los novelistas para crear una figura mucho más lejana a la realidad. Pero personalmente puedo asegurarte, amigo mío, que pertenecer a ese grupo no es nada bueno. Para conservar la belleza de un rey, debes arrastrarte como una rata, dependes de la sangre de un simple humano para poder seguir viviendo. La dependencia de un ser débil y mortal. La dependencia, ligada a la vida, de un ser que no hace otra cosa, un ser que no muere. Puedo asegurártelo, no es tan bello como parece. Soy Adam Walter, y tengo 253 años; vivo desde 1755.

Mary

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